Mi viaje a Vejer

Fue este verano cuando recibí la noticia: por motivos laborales tendría que vivir en Vejer de la Frontera durante unos 10 meses. En un principio, la noticia no fue muy bien recibida por el hecho de vivir fuera de casa; pero el pueblo en sí, aunque no lo conocía, no me disgustaba, pues había oído que era un pueblo de esos "con encanto".

Mi primera visita a Vejer fue algo inesperado, de improvisto; un caluroso día de agosto decidí acercarme al lugar y conocerlo con mis propios ojos. Al llegar no daba crédito, qué de gente, qué ajetreo, qué calor... el pueblo que yo esperaba tranquilo, acogedor... era un hervidero de gente. Ya me enteré que tanto bullicio se debía a las fiestas patronales, que ese mismo día comenzaban (10 de agosto) y todo el pueblo se preparaba para recibir a la patrona "Nuestra Señora de la Oliva".

Mi segunda visita a Vejer, fue el 1 de septiembre, momento de comenzar a trabajar. Los primeros días fueron algo más inquietos con búsqueda de alojamiento y demás. Pero una vez acomodada, he podido ir disfrutando poco a poco del lugar, de sus calles y callejones, sus cuestas, sus vistas, sus murallas, sus senderos, su playa, sus bares, su gente...

Es un pueblo donde la historia impregna las calles del casco antiguo y la vida impregna la parte nueva. Un pueblo donde merece la pena hacer una parada, y no sólo en verano o para disfrutar de fiestas durante el año (que también me han dicho que son bulliciosas), sino un tranquilo día de otoño o invierno, para disfrutar de un paseo por sus calles, con fachadas blancas y balcones típicos, donde se respira tranquilidad y aire fresco y donde parece que el tiempo corre más lento.